PUBLICACIÓN: Jueves 08 de Abril 2014 / NOTA DE: María Paz Muraro, Psicóloga y Colaboradora EM / SEGMENTO: COSAS DE MUJERES - Conectadas
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Siempre
se dice que en Chile estamos acostumbrados a las tragedias, a los embates de la
naturaleza, a sobreponernos, a ser solidarios. Una tragedia es una
representación dramática o teatral, donde los personajes se ven conducidos por
sus pasiones o por la fatalidad a un desenlace nefasto; por lo que un término
más acertado sería decir catástrofe, esto es un evento desdichado que produce
destrucción con grave alteración del curso normal y esperado de las cosas.
El reciente
terremoto en el norte de Chile y el aún más reciente y asolador incendio en la
ciudad de Valparaíso, nos han hecho vivir y revivir traumas, asociados a
nuestra memoria colectiva de las catástrofes que enfrenta nuestro país: inundaciones,
terremotos, tsunamis, incendios… Los recursos llegan, los voluntarios llegan,
las donaciones llegan, levantamos nuevamente las casas, volvemos a nuestros
trabajos y la vida continúa, hasta la próxima eventualidad. Pero, ¿cómo superar
(o al menos continuar con la cotidianeidad) psicológicamente tantos eventos
traumáticos? ¿Qué le decimos a nuestros hijos?
Al
vernos enfrentados a un evento tan grande y destructor como el incendio en los
cerros de Valparaíso, el aparato psíquico nos protege, al menos durante el primer
tiempo, del dolor; sin embargo, pronto pueden comenzar a aparecer síntomas que
delatan una patología mayor, como un estrés postraumático, el cual es una respuesta
de la persona que incluye temor, desesperanza y horrores intensos, además de
reexperimentación persistente del acontecimiento traumático y de evitación
persistente de los estímulos asociados a él, con una dificultad en la capacidad
de respuesta. Estas características deben estar presentes por más de un mes
luego del trauma y provoca un malestar o deterioro social, laboral, etc.
enorme.
En este
sentido, quienes han sufrido directamente este incendio, quienes han perdido
todas sus cosas, pueden reexperimentar lo vivido en forma estresante al tener
recuerdos recurrentes o bien pesadillas en donde vuelve a suceder el incendio.
También es posible que la persona sufra dolores físicos o psicológicos
intensos, que la lleven a cuadros más persistentes o crónicos como depresión,
fobias, trastornos de angustia, etc.
Por otro
lado, la persona suele hacer esfuerzos para evitar caer en pensamientos,
sentimientos o mantener conversaciones sobre el incendio y para eludir
actividades, situaciones o personas que puedan hacer aflorar recuerdos sobre
él. En este comportamiento de evitación puede incluirse la amnesia total de un
aspecto puntual del acontecimiento, como por ejemplo del momento en que
debieron abandonar el hogar, o en el que vieron su casa arder por las llamas.
Del
mismo modo se puede observar una disminución del interés o participación en actividades
que antes resultaban gratificantes y un alejamiento de otros, incluso llegando
a una disminución de la capacidad para sentir emociones. Además, se pueden
observar síntomas de ansiedad o aumento de la activación que no existían antes
del trauma. Entre estos síntomas están la dificultad para conciliar o mantener
el sueño, que puede deberse a pesadillas recurrentes donde se revive el
acontecimiento traumático, hipervigilancia y respuestas exageradas de
sobresalto, otras personas manifiestan irritabilidad o ataques de ira o dificultades
para concentrarse o ejecutar tareas. Otro sentimiento “esperado” ante tal
evento es la culpa, por no haber “hecho más” por salvar mi casa, mi vecino y mi
mascota.
Ante
todo esto es bueno apoyarse en otros que, como nosotros, han perdido todo, y en
quienes han llegado a ayudar, con nuevas energías y con una visión de lo
sucedido diferente, con una mirada en la reconstrucción, lo que refresca nuestra
mente y entrega esperanza. Es importante tratar de hacer cosas que antes de
este incendio nos resultaban agradables, y comenzar a hacer otras, que
descubriremos nos alivia el dolor. Muchas veces luego de estos eventos se nos
olvida gozar, cuidarnos y crecer como personas. Es recomendable pensar en cosas
nuevas a hacer y por cuáles se va a comenzar. Tras el desastre se sufrió una
desorganización cognitiva muy fuerte, y es fundamental organizar nuevamente las
ideas, el ambiente, a fin de acomodar esta experiencia, cognitiva y
emocionalmente, para que permita seguir con la vida, seguir amando, seguir cuidando
de otros.
La
tristeza es válida, el enojo también. El incendio ha sido horrible y triste y
un paso para recuperarse es tomar conciencia de lo que se perdió. Una forma de
hacerlo es recorrer el lugar, donde estaba la casa, las cosas, limpiar, despejar.
Comenzar un nuevo hogar y no pretender que sea exactamente el mismo, aceptando
la realidad de lo perdido.
Hay un
proceso de duelo que acompaña a un trauma de esta magnitud, el que implica la
pérdida de la configuración corporal, lazos interpersonales, la visión del
mundo y de la ilusión y también de la confianza.
Así como
a nosotros nos cuesta este proceso, los niños pueden enfrentarse a muchos
fantasmas y estar expuestos a información que no son capaces de manejar,
entender o controlar. Un paso en este sentido, y que también ayuda al adulto,
es explicarles que es normal sentirse inquieto, desconcentrado, olvidadizo y
ello no quiere decir que ahora se es “malo o tonto”, sino que ahora se está
pasando por un momento terrible y que pronto cuando se sienta mejor, va a poder
hacer nuevamente las cosas como está acostumbrado. Es válido para los niños y
para los adultos sentirse confundido y es normal tener muchas preguntas sin
respuestas.
Nuestras
catástrofes marcan nuestra identidad, muchas veces nos definimos en base a
estos embates, la mayoría hemos aprendido a convivir con ellos, pero no por eso
golpean no fuerte. Sin embargo debemos saber que siempre hay un futuro, una
nueva oportunidad y que siempre contamos los unos con los otros. El cliché de
Chile ayuda a Chile, en estos casos está más presente que nunca y eso marca la
reconstrucción, no sólo material, sino psicológica y espiritual.
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